Desde finales de la Edad del Bronce hasta principios de
nuestra era (aproximadamente entre el año 700 a.C. y el año 1 d.C.), en el
noroeste de la península ibérica, en lo que posteriormente los romanos
llamarían Gallaecia (la actual Galicia, más el norte del actual Portugal,
más gran parte de Asturias, León, Zamora…) se desarrolló lo que comúnmente se
conoce como cultura castrexa. Un conjunto de manifestaciones culturales acuñado
con el nombre de sus característicos poblados amurallados y con casas
circulares. Algo así como la Armorique de Astérix y Obélix.
En todo el mencionado territorio se conservan restos de
esta época, y la zona atlántica no es una excepción. En este occidente galaico
se encuentran, entre otros, famosos poblados como el de Baroña, Borneiro o
Santa Tegra.
El Castro de Baroña destaca por la belleza de su entorno
y la singularidad del lugar elegido para ubicar el poblado, ya que se ubica en una pequeña
península rocosa, separada de la tierra por un istmo de arena. Se encuentra en la población de Baroña, municipio de Porto do Son.
Porto do Son es un pueblo marinero, situado en la península del
Barbanza, en el extremo suroeste de la provincia de A Coruña, a 52 kilómetros
de Santiago de Compostela.
De carácter salvaje por encontrarse abierto al Océano Atlántico, Porto do Son tiene unas bonitas playas y restos de cultura milenaria. Este municipio es especialmente rico en restos arqueológicos, tanto en mámoas, en petroglifos o en castros, correspondientes a la edad de bronce. El más conocido y catalogado como Patrimonio Histórico-Artístico Nacional es el Castro de Baroña.
Estamos ante un castro marítimo no sólo por su situación geográfica sino también por el medio de vida de sus habitantes. Entre los restos de los concheiros (zona del castro donde se encuentran los restos acumulados) se encontraron anzuelos y demás utensilios necesarios para la actividad pesquera así como espinas y vertebras de pescados, lo que denota que los habitantes del Castro de Baroña recogían marisco en la playa y los acantilados y practicaban la pesca.
En el istmo que une el poblado al castro nos encontramos con la primera medida defensiva, un foso de 4 metros de ancho y 3 de fondo. A continuación, una segunda muralla formada por 2 muros paralelos de piedra y arena. De esta manera, antes de llegar a la muralla principal que rodeaba el castro, tenemos las dos primeras murallas paralelas que servían de primera defensa.
Nos encontramos luego con un triple encintado de muros paralelos y escalonados que terminan en la puerta de entrada, flanqueada por una torre. Probablemente debido a la situación geográfica del castro, en la zona sur, de más difícil acceso por las rocas, el muro no es triple, sino que es un muro sencillo.
Pasando los elementos defensivos, tras la puerta de entrada, llegamos a unas escaleras bien conservadas que nos llevan a un poblado dividido en dos. En un nivel inferior, la zona sur, con las primeras construcciones y los restos de la torre que flanquea la puerta; y la zona norte, separada de la anterior por una muralla más, a la que llegamos a través de otra puerta con escaleras también muy bien conservadas, con construcciones de mayor tamaño.
En la totalidad del conjunto se conservan aproximadamente unas 20 viviendas de planta circular u oval, sin puertas ni ventanas y con banco corrido en todo el perímetro.
Si en nuestra visita a Porto do Son queremos realizar otras actividades, destacamos especialmente tomar el Sol como lo harían los antiguos celtas, esto es, en alguna de las bonitas playas de este municipio. Destacan entre otras la playa de As Furnas, Río Sieira, Queiruga o Aguieira, todas ellas con una baja ocupación en verano y servicios básicos para el disfrute de toda la familia.